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El despertar de Hades [Privado]

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El despertar de Hades [Privado] Empty El despertar de Hades [Privado]

Mensaje por Shion Jue Abr 28, 2011 4:19 am

La luna inundaba intensamente las ahora heladas planicies del desierto, dándoles un aspecto espectral y incluso siniestro. Los aullidos lastimeros de bestias nocturnas del lejano Egipto, matándose los unos con los otros para conseguir el alimento que requerían para vivir. Así era el mundo, vivir o morir. Solo el fuerte vive, el débil se convierte en el alimento del fuerte y así será hasta el final de los tiempos. No existía una verdadera paz en este mundo, la única paz que existe... es la muerte. Una paz y una condena al mismo tiempo, esa era la única verdad y la única realidad a la que todo ser esta destinado en el mundo, o incluso en el universo. Jamás un ser pudo o podrá liberarse de ese único y verdadero... Final.

Las bestias acechaban algo tirado en el suelo, una rara silueta humana que apenas era iluminada por la luz lunar. Era un joven, de cabellos negros azabache y de piel tan blanca como la misma luna que ahora lo iluminaba, dándole a este una figura igual de fantasmal que el resto del desierto. Las feroces bestias mantenían sus posiciones, listas para atacar... pero, por alguna razón estas no se atrevían a moverse ni un centímetro más al joven moribundo.

Aunque las mismas bestias podían notar su cansancio y pudiendo con tan solo lanzarse tomar ese fácil alimento, no lo hacían. Sus figuras fantasmales se mantenían puestas entre las tinieblas de la noche, solo iluminas parcialmente por la luz de la luna. Sus ojos resplandecían, ansiosos por poder alimentarse de la carne fresca. Aunque fuera blanco fácil, no se atrevían a dar un paso mas adelante y si alguna lo intentaba, al instante volvía donde había quedado. Era como si esas bestias tuvieran miedo, miedo de algo invisible que rodeaba y protegía al exhausto y joven viajero.

Las prendas de él estaban rotas y descocidas, aunque aun se podía apreciar que estas antes solían ser un hermoso y muy lujoso atuendo, tejido en seda negra y bordado finamente con tela dorada que aparentaban ser oro mismo, aun brillantes a pesar del estado en el que estaba aquel magnifico atuendo. Los cabellos largos del joven llegaban hasta su espalda, siendo su único y vago refugio contra el frío del desierto nocturno. No llevaba nada mas, solo una pequeña mochila llenas de tinta negra y pergaminos, muchos de ellos en blanco aun aunque algunos pocos tenían escritas fascinantes historias, cada una con ilustraciones dibujadas por el mismo autor que aun habiendo sido hechas con una simple tinta común, parecían tener vida propia... parecían algo hecho por dioses, algo divino.

El viento comenzó a soplar con fuerza, levantando la arena del desierto y las prendas de aquel joven que en algún momento en las memorias del pasado fue conocido como Raphael, un artista en el arte de la escritura y famoso por esta, aunque su cruel destino trazaría lo que esa noche tal vez sería el inicio del fin. Las bestias aullaban enojadas por aquella repentina tormenta que comenzó a desatarse en el desierto y que eran comunes en Egipto. Las arenas del desierto egipcio cubrían con rapidez el cuerpo inerte del joven, ensuciando aun mas aquellas elegantes ropajes y llevándose consigo el trabajo de toda una vida de sufrimiento para aquel artista, para aquel que poseía y se lamentaba de tener la habilidad de matar todo lo que describía en sus libros y pergaminos. Todo lo que amaba se había esfumado, y su pasión se había convertido en una maldición para aquel joven. Posiblemente, ya nada habría para él en este mundo y él lo sabía.

Su garganta estaba sedienta, Raphael se había acabado la poca agua que había llevado consigo para aquel viaje, dejando su recipiente con tan solo arena y nada mas, sin ningún liquido que pudiera saciar su sed. Lo único que Raphael deseaba, aun en su vaga inconsciencia en la que estaba sumergido, era que de una vez el viento helado de la muerte dejará en libertad su alma, que la dejará ir a cumplir el destino de todo humano, deseaba sumergirse ya en las bastas y profundas aguas del Caronte en el mundo de los muertos y saciar por fin su amarga sed con sus oscuras y maléficas aguas y unirse al resto de las almas que hubieran llegado hasta ahí siglos antes que él.
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Mensaje por Pandora2 Vie Abr 29, 2011 1:24 am

Ya no quedaba nada de los recuerdos que posiblemente poseía Amelie, solo existía ahora un alma que poseía ese cuerpo.. Pandora. Su búsqueda se remontó desde que se le fue otorgado aquel collar, un objeto que tenía la habilidad de poder transportar desde cualquier parte del Inframundo a esa joven.

Siguiendo las pocas pistas retomó su camino para el cuerpo perfecto de Hades, además de que su energía más que divina le envolvía llamándola fervientemente, deseaba ser hallado por ella. Raphael.. eso era lo único que tenía en manos, el nombre del candidato perfecto, los días transcurrían y tal parecía que la fama que obtuvo ese hombre fue desvaneciéndose tras su trágica desaparición, trágica para una sola persona pues a Pandora no le convenía que se perdiera el cuerpo que sería el recipiente para el alma de su dios.

Todo parecía estar perdido, la mujer cada vez se desesperaba más, ni si quiera obtuvo la ayuda que se esperaba de los dioses gemelos, estaba prácticamente sola. No.. no dejaría vencerse, ella era la representante directa ante su ejército y demostrar tal debilidad no figuraba en su personalidad, obstinada viajó por todo el mundo en busca de él, nunca llegó a considerar en buscar otro cuerpo.. tenía que ser ese.

La devoción.. aquello que la movió por completo… aquello que fue su última “esperanza”, siendo arrastrada hasta las mismas tierras de Egipto, llegando así primero a Alejandría. Necesitaba recuperar sus fuerzas, pero todo eso se opacó cuando sus pensamientos le llevaron a Raphael, tal parecía que se marchitaba su vida por lo que prefirió aventurarse al mismo desierto, arriesgando incluso su vida.

Sus pasos eran borrados por el viento, no se sabía la dirección que seguía la dama, su instinto le incitaba a profundizarse en ese inhóspito paraje. Su cuerpo movido ya por inercia siguió avanzando hasta que unos aullidos en la lejanía parecían alertarle, sin prisa alguna avanzó, su semblante tal parecía recobrar ese vigor que la caracterizaba.

Ahora lo único que se podía apreciar era la luz de la luna, esa luz que la estaba guiando ante su tan anhelado premio de consolación. Los lobos merodeaban alrededor de esa silueta oscura, acechándolo o más bien esperando el momento en que su presa cayera victima a manos de la muerte. Solo basto con encender su cosmos y llamar alrededor de ella sus más bellas creaciones, mariposas de tinte violáceo y purpureo que emergían de su energía, liberando así pequeñas esporas que rodearon el cuerpo ya inconsciente de ese hombre.. protegiéndolo. Los lobos no tuvieron tiempo alguno de poder huir, apenas aspiraron el perfume que cayeron instantáneamente muertos.

El suelo afloraba bajo los pies de la fémina, al igual que algunas enredaderas cubrieron el cuerpo de esas bestias, tapizándose así de especies de flores no conocidas aún por el hombre. Al fin estaba frente a frente… lo único que se podía observar del semblante de Pandora era que sus labios marcaron una sonrisa.. denotando así su satisfacción por su hallazgo.


Ambos hemos esperado por tanto tiempo.. tanto tiempo… y por fin puedo estar a su lado de nuevo. –cuidadosamente se dejó caer arrodillándose, al mismo tiempo que tomaba entre sus manos el rostro de ese joven, por una parte se notaba su ansiedad y en otro… el cariño profundo que hacía protegerle de cualquier cosa- Esta vez fue difícil hallarlo.. mi Señor.

Sus dedos traspasaron su oscuro cabello, descubriendo de esa forma el rostro del tan afamado escritor, lucía casi en paz.. dando la idea de que solo dormía. – Llegó el momento de despertar de su sueño.. ¿no cree?

Giró su cuerpo como pudo en ese pequeño oasis, los labios de él lucían absolutamente secos, su piel era más pálida de lo que cualquier persona hubiera imaginado. Sin embargo, solo inclinó su cuerpo abrazándole, estaba dichosa por un momento, el silencio aumentaba.. alcanzando a ser casi audibles los latidos de su corazón, la mano de la mujer se posó apenas sobre el mentón del pelinegro, aproximando sus labios a los de él, no se logró ver más allá pues como finas cortinas sus cabellos resbalaron por encima de sus hombros ocultándolos. Lo que pasó en ese instante sería un secreto solo para Pandora, pues osadamente impregno un beso.. un beso que fuera el suficiente para traerlo a la vida, sus labios si quiera presionaron volviéndolo solo un frágil roce. Alejándose aun lo mantuvo entre sus brazos, esperando ansiosamente la iluminación de sus ojos ya que.. la primera cosa que vería.. o el primer ser que verían sus ojos… serían solamente para Pandora.
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Mensaje por Shion Sáb Abr 30, 2011 1:54 am

Las ráfagas de arena se intensificaban cada vez mas, la tormenta se desataba en todo su apogeo sobre el desierto egipcio. Las nocturnas bestias del desierto ya no se escuchaban, posiblemente debido a la tormenta. Aunque eso tampoco era de importancia en aquellos instantes, ni tampoco le importaba al moribundo joven que estaba siendo victima de toda la fiereza del desierto. La tormenta no tenía piedad, hundía cada vez en sus heladas arenas al pobre viajero, impidiendo que este pudiera tan si quiera lograr tomar aire. Aunque tampoco le interesaba mucho eso, él... tan solo quería que todo terminara de una vez. Que su vida terminara ahí de una vez por todas, y que las manos de la muerte lo llevaran al Caronte donde su alma vagaría eternamente hasta el final de los tiempos y más allá. Él quería poder, al menos, humedecer sus labios una vez mas antes de morir... aunque aquello era imposible, tan solo le quedaba resignarse y esperar a que su alma llegara al Caronte, donde jamás volvería pasar por la desdicha de tener sed y no poder saciarla.

Ya el cuerpo de aquel joven estaba tan frío y tan entumecido, que ya él no podía sentir la arena sobre su cuerpo. La muerte estaba próxima, y su destino y cruel pasado al fin serían borrados de su mente... podría descansar, al menos, de su tragedia en el mundo terrenal. Tan solo él quería olvidar, quería olvidar todas sus desdichas, quería olvidar el sufrimiento de haber nacido en su familia que tan solo lo veía como un objeto o un perro digno de mostrar, un trofeo nada mas. Él quería olvidar todo, quería desaparecer de sus recuerdos aquel día en los que sus padres le habían obligado a escapar de todo lo que él conocía por su estúpido capricho de querer que se casara con aquella mujer, aquella prostituta de la realeza.

Y lo que mas Raphael deseaba olvidar mas que nada en su mundo de sufrimiento, era el gran dolor que le atormento hasta aquel día, el dolor de que lo que mas amaba en el mundo se convirtió en una maldición. Todo lo que amaba era escribir, y él deseaba hacerlo mas que nada en el mundo, aunque sus trazos causaban la muerte de todo lo que en sus libros y textos era mencionado y existía en la realidad, trayendo caos a todo lo que le rodeaba. Tantas vidas humanas que él mismo había extinguido tan solo por su mero capricho, por su pasión habían muerto incontables personas que atormentaban con sus gritos de terror y dolor en también incontables ocasiones al joven escritor. Sus letras eran la muerte misma, una maldición que él quería olvidar mas que nada, quería poder descansar de los lamentos de aquellas almas a las que les había extinguido la vida cuando aun se encontraban en el mundo terrenal.

Una ultima lagrima cruzo su seco rostro, una ultima lagrima de pesar y desdicha por ser quien era, por estar maldito... Y por no haber podido disfrutar mas placenteramente de la única vida que una sola existencia tiene derecho a tener. Poco a poco, sus pesares y sus peores miedos y recuerdos empezaban aflorar en su mente, torturándolo incluso en sus últimos momentos. Su vida no era equivalente ni en lo mas mínimo al de todas las que Raphael había extinguido, pero si con ella lograba al menos detener aquello, lo haría con gusto. Al menos, saber que al desaparecer su existencia de este mundo haría que otros estuvieran a salvo de él, le alegraba al mismo tiempo que le entristecía.

De repente, Raphael sintió como la pesada arena resbalaba de su cuerpo y volvía al suelo, aunque sus fuerzas no eran suficientes en aquel momento como para poder moverse con libertad y su vista se hacía borrosa. Sintió como unos brazos rodeaban su cuerpo y lo abrazaban, dándole cobijo del frío desértico. Por un momento, Raphael incluso llego a pensar que tal vez esos brazos serían los de la muerte, que al fin había ido a recogerlo. Entre abriendo un poco sus ojos, utilizando las pocas energías que aun conservaba su cuerpo lo primero que pudo apreciar fue el rostro de una joven, una hermosa mujer de cabellos negros y piel tan pálida como la de él. Si aquello era la muerte, Raphael pensaba que tal vez merecía mas la pena que estar en aquel mundo lleno de dolor y pesares en su vida. Ella era la luz, la verdadera luz que él había estado esperando... incluso desde antes de su nacimiento. Aquello era el destino.

Los labios de la joven se acercaron a los suyos con lentitud, rozando centímetro a centímetro los labios de Raphael y acoplándose a estos con suavidad al tiempo que el largo y sedoso cabello de la joven mujeres los ocultaba de la vista, convirtiendo lo que ocurría entre los finos cabellos de ella en un secreto que solo ellos dos sabrían. Los finos y carnosos labios de aquella dama se estirarían dos veces antes de alejarse del joven moribundo, aunque sin dejar de sostenerlo entre sus brazos por preocupación a hacerle daño a su, en esos momentos, frágil cuerpo que aun se encontraba muy debilitado por todas las penalidades que Raphael tuvo que pasar en el desierto.

Entonces algo ocurrió. La mente de Raphael se distorsiono, al mismo tiempo que este ahogaba un grito de dolor al momento en el que por su mente miles de imágenes de tiempos remotos, en los que él era el protagonista de intensas luchas que parecían salir de otra dimensión, siempre con una misma persona, que era una joven de cabellos violáceos. Ambos contendientes portaban enormes armaduras que cubrían sus cuerpos, y sus poderes sobresalían infinitamente por encima del de los humanos. Resplandores de luz roja y dorada chocaban entre si con cada golpe de sus poderosas armas, por parte de ella un Báculo de color dorado y por parte de Raphael, una gran Espada de colores oscuros. Aunque eso aun no era todo.

No solo eran recuerdos de guerras, también de asesinatos. Asesinatos causados por él, de formas tan impresionantes como macabras y, aun no satisfecho con matar a esas personas, aquel *Raphael* de sus recuerdos atormentaba también las almas de guerreros caídos en batalla y de almas humanas, entre las cuales Raphael pudo reconocer incluso las figuras de sus dos abuelos que habían muerto cuando él era pequeño, aunque aun los recordaba. Las almas de los muertos poseían en sus facciones una gran expresión de desdicha profundamente marcada eternamente en sus rostros que al mismo tiempo lloraban sangre sin detenerse. También él podía apreciarse dentro de un mundo de oscuridad y dolor, un mundo reinado por las tinieblas donde nunca salía la luz del sol. Aquel, era el Inframundo.

El ambiente en el desierto se volvía tenso, al mismo tiempo que las agitadas tormentas desaparecían por completo sin dejar rastro alguno de que antes hubieran estado. El cuerpo inerte de Raphael ahora se oscurecía con lentitud, mientras que sus ojos ahora abiertos de par en par cobraban un tono mas oscuro y frío, despojados de toda bondad que él antes hubiera tenido. Sus cabellos junto a los de la joven dama se elevaban en el aire, como si una fuerte corriente de viento estuviera arremolinándose a su alrededor. Ases de luz roja eran proyectados desde el cuerpo del joven, al mismo tiempo que le rodeaban y protegían de la arena que se había levantado al contacto de aquella fuerza magnética que antes les había rodeado a él y a la dama. El cuerpo de Raphael comenzó a levitar en el aire con la ayuda de aquella fuerza negativa que le rodeaba, deshaciéndose de la protección que le daban los brazos de la joven.

Sus ojos volvían a estar cerrados y de ellos lagrimas de sangre brotaban con lentitud, cruzando su rostro y dejando una estela sanguínea de color carmesí por donde estas lagrimas tocaban su piel, hasta caer de su rostro y desaparecer antes de caer al suelo egipcio. La luna perdía su resplandor blanquecino al mismo tiempo que esta cambiaba de color, convirtiéndose en una gran esfera de color carmesí intenso y brillante, tan intenso como la sangre de esas lagrimas y casi tan fuertes eran sus resplandores como los de aquella terrible y enorme energía que aun rodeaba el cuerpo suspendido en el aire del joven.

Con lentitud, el cuerpo del escritor fue suspendiéndose mas alto en el aire, hasta que él hizo ademán de levantarse como si se encontrara aun sobre la tierra, aunque aun su cuerpo estaba suspendido en el aire, unos pocos metros por encima de la joven dama. Con la misma lentitud, su cuerpo volvía a estar en tierra. Con lentitud sus pies pisaron la arena del desierto una vez mas, al mismo tiempo que sus ojos se abrían para observar a la dama que había protegido su cuerpo con el suyo propio. Los ojos de Raphael habían perdido en su totalidad todo rastro de piedad y bondad, ahora eran tan fríos y a la vez tan profundos y puros como el mas limpio lago que existiera en cualquier parte del mundo.

La luna roja iluminaba ambas siluetas, dándoles un aspecto solitario en aquel basto desierto. Raphael sostenía su mirada y la mantenía fija en aquella joven, de nombre y conocida como Pandora mientras una sonrisa, fría y malévola curvaba sus labios. - Pandora... Mucho tiempo sin verte, te estaba esperando. Esta vez tardaste un poco, pero no importa. - Dijo aquel joven con voz profunda, mas profunda de lo que a él anteriormente se le acostumbraba a escuchar cuando este hablaba. Era como si, aquel joven no fuera el mismo.

- He despertado. Al fin mi letargo prolongado por los siglos ha acabado, ahora... por fin puedo tomar lo que siempre debió ser mío. Esta vez, Athena sucumbirá ante mi espada y yo gobernaré tanto en el Reino de los Muertos como en la Tierra misma. Prepárate, Athena, tu fin esta próximo. -

Con cada palabra, la tierra comenzaba a temblar y miles de estrellas caían al mismo tiempo en todas direcciones, pudiéndose notar este fenómeno en el mismo Monte Olimpo, donde Zeus y el resto de los dioses habitan. De nuevo los tambores de guerra empiezan a sonar, la luz de una nueva santa resplandecía con fervor en el mismísimo cielo y en la tierra al mismo tiempo, la roja luna inundaba de terror a todo ser quien pudiera apreciar su belleza letal, causando miles de muertes en el mundo debido al intenso y oscuro poder que ella emanaba. Miles de ríos y caudales se desbocaban cercanos a pueblos donde solo vivían gente humilde que trabaja día a día para poder subsistir en el mundo, y estos causaban tragedias y muertes a su paso.

Plagas se desbordaron en el mundo, ratas y alimañas salían de sus escondrijos para alimentarse y causar terror y enfermedades por donde estas pasaran. La tierra se agrietaba en cantidad de sitios, haciendo caer en el abismo casas y personas causando la muerte de innumerables vidas humanas, apagando esa luz que antes estuvo cerca de apagarse en él con anterioridad. El Caos ese día, reinaba sobre toda la tierra. El temor se esparcía y recorría todos los rincones del mundo, seguido de la cruda realidad por la que todo humano debe acatar algún día: La muerte.

- Temed... El señor de las tierras olvidadas por la vida y reinadas por la muerte, el gran señor de las tinieblas y quien decide y rige sobre el ultimo destino conocido como la muerte, el Omnipotente Hades ha renacido. -
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Mensaje por Pandora2 Mar Mayo 03, 2011 11:55 am

Aún mantenía el sabor de sus labios, a pesar de haberse alejado podía percibir ese frágil contacto de su boca acoplarse. Los ojos de ese hombre se entreabrieron un poco, lo que transmitió hizo que la misma Pandora se estremeciera pues la bondad que emitieron en esos escasos segundos… llego a perturbarla. Sin querer pensar en esa idea se dedicó a prepararse a recibir a Hades como se debía, ya que en el fondo le entusiasmaba volver a lado de su Señor.

No dejó de abrazarle por nada del mundo, sus ojos se abrían más que perfectos aumentando su propio cosmos, poder que el mismo dios del Inframundo le otorgo cuando ella le prometió fidelidad absoluta.

La tormenta ya estaba sobrepasando el poder de esa mujer, debilitándola en cada instante pues era casi imposible detener la fuerza de las arenas, rompiendo esa capsula en la que ambos estaban envueltos. Disimulando su fatiga se mantuvo firme hasta que el cuerpo de Raphael se alzaba con lentitud, impregnándose con la esencia de Hades. Llamas resplandecientes de tono carmín danzaban en torno al cuerpo de Raphael… no.. ya no era propio llamarlo de esa forma pues la esencia divina ya residía en su interior convirtiéndolo en el mismo soberano del Inframundo. Las flores que surgieron gracias al poder de la pelinegra eran trituradas por el paso del viento, desojando cada pétalo dejando expuestos por fin del pequeño refugio que había creado…

Ella no le preocupaba eso en absoluto, arrodillada dejó sus manos caer al suelo para palpar ya la arena que consumía ese falso Edén.
Aquí estoy… -musitaba en voz baja, aun no encontraba el valor para dirigirse apropiadamente pero el tiempo apremiaba, los cabellos de Pandora se revolvieron golpeteando en algunas ocasiones contra su rostro, interponiéndose en la visibilidad de la mujer aunque la arena también se encargaba de dicho impedimento al interponerse súbitamente entre ambas entidades.

El cosmos de Hades se alzó en todo su poder rompiendo con el clima, evitando que la tormenta siguiera desatándose… lo mismo que trató hacer Pandora su dios lo lograba en su despertar, maravillada no evito que sus finos labios se entreabrieran contemplando la gloria del dios de la muerte. Su energía se expandía bañando a esa mujer, por un momento su ilusión creció al sentirse parte del ser que más adoraba y seguiría adorando, no por nada había entregado su alma a él. Manteniéndose a flote por encima de ella anunciaba al mundo de su inevitable regreso y la primera señal de ello fue como lágrimas de sangre surcaban su rostro…

A ojos de cualquier mortal parecería un ser agonizante pero no para ese hombre.. ese dios que se alzaba en toda su gloria demostrando lo superior que llegaba a ser a todos. Su poder siempre fue menospreciado y Pandora sabía a la perfección que eso estaba mal, ya que al mantenerse en ese sitio desolado comprendía los verdaderos sentimientos de Hades, nadie podía eludir a la muerte y era un peso que se negaban a reconocer y les demostraría que su dios tenía la razón para que temieran por su llegada. Si… era humana.. y como tal espero a tener la simpatía de su especie aunque solo obtuvo la peor de las desgracias a causa de Zeus, el dolor de ser maldita por la eternidad al igual que su soberano era un sentimiento que los unía pero difícilmente se atreverían a admitir.. mucho más para la dama pues lo último que deseaba es que la contemplara como un ser débil al igual que otros mortales.

Al fin pudo cumplir con su misión de haber traído a Hades.. proteger su cuerpo a pesar de las dificultades que se le habían presentado, la luna parecía herirse ante tal acontecimiento ya que de su centro se tiñó carmesí.. un carmesí comparado a la misma sangre que resbalaba por el rostro de ese hombre. Una a una las estrellas caían en una lluvia infinita, atravesando los cielos que debían avisar al mismo olimpo que la venganza del Inframundo acabarían con su tesoro más preciado, la Tierra.

Aún se mantuvo en esa posición, el silencio imperaba en ese sitio.. solo una voz rompió con dicha calma y fue Hades, reconociendo inmediatamente a Pandora. La mujer se sonrojó demasiado no esperando ese recibimiento de su parte, paralizándola sin saber que hacer realmente, la presencia de su dios consumía sus energías, avergonzado dejo caer el resto de su cuerpo sobre la arena cuando Raphael llegó a tocar ese suelo… que ya era sagrado por el hecho de que él caminara y se moviera en esas arenas. –
Mi dios… he añorado este momento mucho antes de que depositara mi alma en esta joya.. ruego su perdón y misericordia por mi falta de cuidado… no.. no merezco tal acto de misericordia.. – no pudo evitar sentirse mal, impotente al no haberle encontrado desde mucho más antes y afianzar ese vínculo que estaban destinados a seguir, el de hermanos.. con el único propósito de que Pandora fuera la guardiana de ese cuerpo. Las suplicas de Pandora parecían no ser escuchadas ya que seguidamente Hades anunciaba en lo alto el fin de Athena, furiosa no pudo evitar descontrolar su cosmos de una manera hostil y agresiva al escuchar ese nombre, ese era el verdadero obstáculo que le impedía ser feliz a lado de él. Sus dientes apretaron con fuerza ocultando sus emociones, en ningún momento se atrevía alzar su rostro ya que el proceder de su dios determinaba lo que tendría que cumplir ella misma.

Cada vez.. cada vez esa patética diosa interviene…

Los pensamientos y sentimientos de la pelinegra eran claros, cualquier enemigo de Hades era su enemigo, sin importar si fueran dioses o no ella se mantendría a su lado, todo para llegar a ser notada nuevamente ante el ser que más apreciaba, el que le salvo de la muerte para permanecer a su lado como su sombra si fuera necesario. Espero el tiempo que creyó conveniente pero las fuerzas en el mundo se movían que la mujer pudo ser capaz de percibir y estaba segura que ella no sería la única en hacerlo.. separándose de la arena notaba como su dios estaba delante suya, no quería interrumpirlo por lo que extendió su mano.. dejando notar la serpiente que adornaba su mano para tocarle levemente y dejar caer de igual manera sus labios para ponerle sobre aviso.

- Mi Señor Hades.. todos le esperan para darle la bienvenida que se merece… además estoy segura que no son los únicos de percibir su magnífica presencia en este despreciable mundo. Le suplico que me otorgue el honor de escoltarlo al lugar que le pertenece… así podrá prepararse y descansar… volvamos juntos a Heinstein por favor.
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Mensaje por Shion Sáb Mayo 07, 2011 7:01 am

La tormenta había acabado en ese lugar, al mismo tiempo que la vida que anteriormente habitaba en su nuevo recipiente. Las sombras caerían al fin en el mundo. Lo único que podía escucharse ahora en el desierto, eran las palabras de la joven dama Inframundana. Pandora pedía a Hades volver al palacio donde se reunían sus huestes cuando la guerra comenzaba, el Castillo de Heinstein. Él por su parte no tenía tampoco otra cosa en mente si no la de llegar con su ejercito, para darles su primera orden en esta guerra que ahora daba inicio. Aunque, aun la Divinidad sabía que tenía algo por hacer; declarar la guerra abiertamente con Athena. Eso era tan solo una formalidad más, pero nada se podía hacer para impedirlo y aun si se pudiera, Hades estaba ansioso por volver a ver esa hija de Zeus que tantos problemas le había causado en anteriores épocas.

En tanto, él recordó algo que había escuchado durante su discurso, algo que Pandora le había dicho. El cosmos divino que rodeaba su cuerpo empezó a descender, ocultando su presencia levemente aunque después de su anterior despertar, dudaba que nadie en Egipto que supiera manejar el cosmos se hubiera dado cuenta que él estaba cerca. Ya era hora de volver, así de simple.

La oscuridad rodeo las dos entidades presentes. No era una oscuridad normal ni la oscuridad de la noche, era mas profundo que eso. Aquella oscuridad tomaba la forma de una esfera, encerrando los cuerpos de Pandora y Hades en ella. - Esta vez seré yo quien nos lleve, mi querida Pandora. Ando de buen humor, tómalo como en compensación a tu tardanza para encontrarme, aunque al final lo hiciste. Y realmente no tienes que culparte por eso, hubo casos peores donde incluso me convertía en alguien cercano de esa falsa Divinidad de la guerra. Al menos, esta vez pude despertar por completo en el cuerpo del mas puro humano en la tierra. Se feliz por eso y por que hoy me ayudaste a salir de mi largo letargo, Pandora. - Dijo Hades a su fiel seguidora, con un tono de voz tranquilo que hacia denotar la mas sincera verdad. En los sus ojos no había ni pizca de sentimiento o intranquilidad, y eran tan profundos como los del mas puro de los diamantes. Así era esa Deidad, el mas puro y al mismo tiempo el mas temida de todas las existentes.

Las sombras que les rodeaban adquirían una forma un tanto retorcida al tiempo que su color negro se tornaba si era posible aun mas oscuro. Aquello parecía liquido, aunque podía verse fuera de este con claridad la noche y el desierto. Aun así, la blanca luz de la luna iba apagándose dentro de la esfera al tiempo que esta misma era reemplazada por una extraña luz tenue y oscura, que en lugar de iluminar oscurecía lo que tocaba convirtiendo en matices grises el cuerpo de Pandora y Hades, aunque ellos mismos podían distinguirse gracias a sus cosmos y incluso su creador podía ver dentro de esta. Cuando por fin esa esfera fue terminada, siendo translucida desde dentro pero desde fuera viéndose como parte del estrellado cielo. Esta se había cernido en el suelo durante el tiempo en que terminaba de formarse, pero ahora se encontraba levitando pocos metros por encima del suelo y luego transcendía los limites del suelo y sobrevolaba con una velocidad tal que jamás alguien hubiera pensado capaz, sobre el cielo lleno de estrellas.

En medio del desierto quedo plasmado un enorme cráter que fue creado al impulsarse dicha esfera hacia el cielo. Aquello había causado que parte de la misma hubiera quedado en dicho lugar, aun tan oscura o mas que la noche y desprendiendo un olor muerto por donde se extendiera, dividiéndose cada parte de esos residuos en el desierto. Si era posible, aquello lograba que aun el desierto se convirtiera en un lugar mas solitario y aun más peligroso que antes, ya que todo lo que esa oscuridad llegara a tocar se moría al instante. Estos residuos también se fusionaron con la arena, convirtiéndose en parte de esta y transformando su ahora pálido color blanco en uno negro, dándole el aspecto de un segundo cielo o un espejo, solo que en este ni la luna ni las estrellas se veían reflejadas... tan solo, era la oscuridad de la muerte lo que ahora predominaba en aquel lugar y ya ni Hades ni Pandora ya se encontraban en él, aquello solo había sido un regalo departe de Raphael para la Deidad protectora de Egipto, Ra. Raphael no buscaba una guerra innecesaria, pero él aun estando totalmente sumido en la oscuridad de su mente y siendo manipulado por Hades, deseaba devolverle el favor a quien le había obligado pasar tantas penalidades en sus tierras.

No era en venganza ni tampoco odio lo que había sentido él cuando hizo que esos pequeños residuos ensuciaran aquellas arenas, era más bien... por curiosidad. Hades jamás había conocido directamente a Ra ni tampoco la personalidad que este había adoptado en esta era, ya que lo único que él sabía sobre Ra era que su actitud cambiaba de vez en cuando al momento de su despertar. No le importaba en lo mas mínimo él o su mugroso reino lleno tan solo de arena, tan solo quería saber si podría tomar un poco mas de terreno para su guerra con Athena. Esa era una de sus primeras prioridades, y aunque los recursos de aquel reino no eran bastos ni mucho menos, se sentía atraído por ese lugar por haber sido la sede de su gran despertar. Tan solo era un pequeño capricho que el Dios del Inframundo quería concederse.
Shion
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