Búsqueda de poder

Justo encima de un pilar, un niño estaba sentado. Era uno de los tantos pilares que estaban alrededor del Santuario, estaba observando hacia la nada, cualquiera hubiese dicho que ese niño, ese joven era alguien que estaba ahí por ocio, que se había escapado de Rodorio para estar ahí, pero no era así. El pilar se alzaba por encima del camino que estaba haciendo Argol, fue en ese momento que la voz del joven se sintió. Tan dulce como la mas hermosa de las musas y tan pacifica como el corazón de la Diosa Atenea. - Tus ojos son tan puros, Santo Ateniense.

No dijo mas nada, sus cabellos verdes se mecieron con el viento haciendo que su melena por un instante se hiciera a un lado y su flequillo, nuevamente cayera sobre sus ojos. Esa sonrisa tan calida podía iluminar hasta el mas descorazonado guerrero sin sentimientos, fue ahí que sus ojos verdes, aquellos orbes esmeralda se posaron sobre Argol directamente. - Sin embargo, escondes tantos sentimientos de desconfianza en ellos. Puedo ver claramente tu alma y sientes dudas... ¿Se puede saber por qué?

Inquisidores sus ojos se posaban en su armadura. Investigando cada centímetro de la silueta del guerrero, no podía ser simplemente un caballero de Bronce, era alguien que iba por encima del rango de Réquiem, sin embargo, él era uno de los Santos mas allegados a Athena a pesar de ser un simple caballero de Andrómeda. - La señorita Sasha se apenaría de ver que un caballero duda, yo creo que debería sonreír mas y tomarse un poco menos serio el entrenamiento, pues... nosotros somos la esperanza para todo el mundo, sino sonreimos nosotros y contagiamos alegría ¿Quien otro lo hará? Estamos destinados a morir, pero nunca hay que rendirse, ni bajar los brazos, hay que transmitir la esperanza, es eso lo que nos convertirá en leyenda cuando nosotros no nos encontremos aquí, es eso lo que dará esperanza a otras generaciones y hay que disfrutar la vida a cada momento, ¿No crees?

- ¿Y se supone que serás mi protector? - Contestó con una sonrisa dibujada en su rostro. Sus ojos se cerraban como asintiendo la broma y llevó su mano delicadamente a su boca, tapándola un instante para no mostrar tan grotesca su risa y haciéndola mas una pequeña risilla que por lo bajo se sentía tras su aterciopelada mano. - Disculpa, no pude evitarlo. Mi nombre es Réquiem, Santo de Andrómeda como usted bien ha dicho.

No hay por que preocuparse de un entrenamiento. Sé que tu corazón podría hacerte sacar a relucir lo mejor de ti, solo debes confiar en ti un poco mas y solo así... conseguirás el verdadero poder. Ver con los ojos del corazón y que tu alma sea tu instinto. - se puso de pie en el pilar y dio un pequeño salto hacia el suelo, mirándole mas de cerca. Se acercó hacia él, con lentitud y levantó su mano izquierda para acariciar con suavidad la mejilla derecha de Argol, quitando su cabello y poniéndolo detrás de su oreja. - El Patriarca y la mismísima Sasha, incluso hasta todos mis maestros aseguraron alguna vez que tenía la cualidad de ser un Caballero Dorado. Sin embargo, nunca supe como demostrarle eso al mundo, quizás es por mi alma que vieron eso en mis ojos. Siempre intenté defender a todos a y todo, pero solo pude defenderme a mi mismo para sobrevivir. Veo en tus ojos la cualidad de defender a muchas personas, tu futuro es grandioso simplemente y si has de morir, creo lo harás con gloria. Sin embargo sigo diciendo que no debes tomarte tan serio esto, es una simple guerra y si has de perecer... al menos hazlo con la cabeza en alto, pues morirás por ideales correctos y por Atenea. -

Contestó con sabiduría el niño. Su cosmos, amparaba todo el cuerpo de Perseo, le hacía sentir confortable, su sonrisa contagiaba alegría para su alma, posó su pulgar en la mejilla y le acarició una vez, haciendo a un lado su mano. - Tienes los ojos de un gran líder, de un gran guerrero y sé que tu futuro será tan grande y tan puro como tu mirada. Dicen que los ojos son el espejo del alma... no dudes, mirame mas seguido como me miraste recién a mi y a todos, que contagiarás de alegría y esperanza a quien te vea, Caballero de Plata. Uno no se hace fuerte solo entrenando, también con sabiduría, mi camarada. - Se dio cuenta cuando dejó de hablar, que había acariciado su rostro y hasta había dado un discurso realmente que daría la mismísima Sasha, se apenó un instante y se sonrojó, escondiendo su mirada tras su pelo. Agachó su cabeza, sus mejillas estaban tan enrojecidas que le ardían tenuemente, no pudo decir nada, solo hizo una reverencia. - Disculpe, señor Argol yo no debí... A veces me dejo llevar... disculpe, disculpe.