Una nueva llegada.
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Una nueva llegada.
Ilumíname
En las áridas tierras del reino del deceso, se alzaba una yerma y aciaga brisa de aire mortificada se alzó minunciosa por el miedo que producía aquel lugar.
Ni hierba muerta habitada en aquella tierra orilla de un lago verde cuya apariencia no causaba impresiones gratificantes a aquel que tenía la desgracia de ser su visor.
Sin embargo, inhóspita porción de tierra la de esa orilla fue en seguida negada por la aparición de un ser desorientado. Un haz de luz se alzó en la nada de aquella ya de por sí tierra inmunda que parió una carcasa humana formándose a cada célula del espécimen traído y, al poco tiempo, se pudo divisar de aquel hombre de rubios cabellos y vello y de alta aunque no intensa corpulencia.
Un cabello largo y rubio suelto llegaba hasta su zona lumbar decorado facialmente con una barba también rubia que recorría un camino sólo por la parte inferior de la mandíbula.
Aquel hombre, era yo.
Llegando a recobrar el conocimiento, me alcé poco a poco de lo que creí que se trataba de un árido campo desierto.
Tras la gran confusión, mis sentidos se fueron agudizando poco a poco en un orden determinado, pues de cada uno me valía más. Fue pues el tacto aquel de los cinco sentidos que sentí al principio, notando la árida superficie sobre la que me hallaba recostado, llegando tan sólo a la rápida conclusión de que mi estado, al menos textil, era extinto. Despertase después mi sentido de la vista harto borroso, logrando percibir formas tétricas como árboles mustios que chillaban de desesperación, llegando a notar el sentido del oído, notando un ligero zumbido que hizo temblar toda mi boca.
Más tarde, logré encontrar un horrible sabor en mi boca, a lo que estuve tosiendo y tratando de escupir aquel material fuera cual fuese de mi atormentada boca, llegando a descubrir el nauseabundo olor que asolaba aquel extraño lugar.
Tras varias horas, logré despertar. Conseguidos de nuevo mis sentidos preparados para su manejo a la perfección, me alcé del frío suelo que no había adquirido calor ninguno que en casos de tierras normales habría absorbido el calor corporal que mi cuerpo emanaba, pero este no era el caso. Mi cuerpo no funcionaba, no irradiaba calor ninguno y era una sensación horrible. Tenía mucho frío.
Con mis recuerdos aún borrosos, noté en mi interior una muy extraña situación angustiosa que no había sentido jamás y, así pues, vomité varias veces.
Tras recuperar un poco mi memoria, sin recordar a mi familia, llegué a recordar tan sólo a Paradox, aquella esencia todopoderosa que habitaba en mí y trataba de poseer el cuerpo donde mi alma se hospedaba.
Sin embargo, acostumbrado a aquella presencia, me sentí incómodo al notar que no sentía dicha esencia.
Más aún no obstante no pude dedicar apenas tiempo a mi ser, pues la anterior esencia que dominaba mi cuerpo me arrastraba hasta una objeto muy brillante y plateado inconscientemente.
Así pues, caminé en aquella dirección descalzó, recibiendo varias heridas en mi pie, escaso de sangre.
Me quedé entonces frente al dicho objeto sin hacer nada, asustado.
- ¿D-Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? ¿Qué es ésto?- Dije, una vez llegué a divisar y acercarme al objeto plateado.
Aquel objeto parecía un prisma de base rectangular cuyo material no logré identificar. Su brillo era muy intenso y tenía varias escrituras de un lengua que desconocía.
Así pues, atrevido a llevar a cabo alguna acción y movido inconscientemente por la intensa sensación que albergaba dentro de mi ser, toqué la caja, llegando ésta a emitir un intenso brillo violáceo que albergó un largo radio de distancia.
Tras varios movimientos, pude ver que se trataba de una armadura que se pegó a mi cuerpo. Traté, entonces, de quitármela, pero fue un esfuerzo en balde.
Pasaron horas. Poco a poco fui notando menos aquella sensación de una angustia y me acostumbré a ella, teniendo sin embargo otra reacción en el alma de Paradox, que seguía sin manifestar su esencia.
Esa situación me incomodaba. No sabía que era qué ni dónde estaba, sin embargo, pude notar una energía de la que Paradox me habló, llamada Cosmos, que intimidaba enormemente mi ser y notaba que siempre estaba ahí.
No sabía lo que pasaba, pero iba a descubrirlo.
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