Templo de Lee Sin
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Templo de Lee Sin
El Templo Shojin, creador de los más grandes guerreros de la historia. Ahí era donde pegaba el sol de una bastante fresca tarde en China, los ojos de Gareth, estaban posados en la oscuridad del templo sobre su maestro Lee Sin, recién los había abierto, había tanta penumbra en aquel templo que solo se filtraba una pequeña luz que provenía desde afuera, así podían estar mucho tiempo, de hecho hasta meses, probando su resistencia y aun sin comer aguantaban. Estaban preparados para el combate, para sobrevivir, para estar sin comida, sin agua y sin un brazo si era necesario, pero peleando hasta el ultimo latido que su corazón diera. Iba a musitar algo, pero aquel que estaba siempre por encima de él, levantó su mano como frenando su accionar para musitar. – No necesitas decir nada, mi pequeño guerrero. El deber llama y aunque te retires de tus tierras que te vieron nacer como guerrero, nunca te olvides que China está en tu corazón, que la justicia está en tus puños y que en tus ojos está tu destino.
Gareth parpadeó un instante mientras ladeaba su rostro un momento, no se quería retirar pero la llamada de Athena estaba en sus oídos, en su corazón y era su deber acudir. Su pelo comenzó a mecerse por una suave brisa que entraba por las ventanas, agitando las pequeñas cortinas de seda que impedían el paso de la luz, mas sin embargo con esa brisa se pudo penetrar un poco mas de aquel sol calentando un poco aquel ambiente gélido y callado. Estaban ambos cruzados de piernas, sin embargo, aquel que vestía de blanco se puso de pie casi en silencio e hizo catorce pasos que resonaron en el piso de madera de aquel templo. Estaba todo tan en paz que no quería interrumpir y con una sonrisa en su rostro estaba a punto de decir que iba a volver cuando su maestro levantó su mano interrumpiendo nuevamente su habla. – Sé que lo harás y espero que traigas gratas noticias de vuestra Diosa, pequeños Guerrero.
Prometo que así será, maestro. – dijo Gareth no queriéndose quedar callado; después de todo era algo que no le gustaba. Se desperezó, había estado así por días y sus músculos estaban casi dormidos, pero no pesaban estaban como bien conservados por así decirle. Abrió las puertas del Templo y el Sol dio en su rostro, haciendo que sus ojos se entrecerraran por no estar acostumbrado a la luz de aquella imponente estrella. Pronto parpadeó un poco y bostezó, mientras se cubría con su mano como le había enseñado su maestro. Hizo tronar sus nudillos al igual que su cuello y se cruzó de brazos. Nadie llegaba a esa montaña y nadie desafiaba a los ancestros Shojin. Eran de temer. De hecho, allí estaba la Caja de Pandora Dorada en el mismo sitio que la había puesto hace dos semanas donde se decidió a meditar con su maestro en aquel templo.
Caminó hacia ella, se rascó la cabeza con su mano derecha la cual acto seguido aferró con fuerza a aquellos tirantes para levantar la pesada caja y colocarla en sus hombros, se la acomodó bien para que no cayera y miró una vez hacia atrás, hacia su Templo. La distracción de su estomago rugir le volvió a la realidad y observó su vientre, hacía mucho tiempo que no comía, pero debía al menos haber algo en aquel templo. Entró a la habitación donde hacían comida y de ahí sacó un par de frutas, que le servirían para reponer fuerzas en el viaje, después de todo iba a ir a pie, confiando en su velocidad de Dorado, pues estos se movían a la velocidad de la luz, en menos de un día estaría en el Santuario, acudiendo al llamado de Athena y esperaba no llegar tarde. – Como sea…
Dijo dándole un mordisco a aquella fruta que le pareció deliciosa y que se cultivaba en los jardines del fondo de Templo. Ajustó las vendas de sus manos y las sostuvo con sus dientes haciendo presión, hizo lo mismo con ambos brazos y observó sus sandalias, estaba todo en orden para partir, fue en ese momento que alzó su vista y comenzó a crearse un zumbido en el aire, al igual que una estela dorada que viajaba por todo China, partiendo para el lado del Santuario, esperando llegar a tiempo.
Gareth parpadeó un instante mientras ladeaba su rostro un momento, no se quería retirar pero la llamada de Athena estaba en sus oídos, en su corazón y era su deber acudir. Su pelo comenzó a mecerse por una suave brisa que entraba por las ventanas, agitando las pequeñas cortinas de seda que impedían el paso de la luz, mas sin embargo con esa brisa se pudo penetrar un poco mas de aquel sol calentando un poco aquel ambiente gélido y callado. Estaban ambos cruzados de piernas, sin embargo, aquel que vestía de blanco se puso de pie casi en silencio e hizo catorce pasos que resonaron en el piso de madera de aquel templo. Estaba todo tan en paz que no quería interrumpir y con una sonrisa en su rostro estaba a punto de decir que iba a volver cuando su maestro levantó su mano interrumpiendo nuevamente su habla. – Sé que lo harás y espero que traigas gratas noticias de vuestra Diosa, pequeños Guerrero.
Prometo que así será, maestro. – dijo Gareth no queriéndose quedar callado; después de todo era algo que no le gustaba. Se desperezó, había estado así por días y sus músculos estaban casi dormidos, pero no pesaban estaban como bien conservados por así decirle. Abrió las puertas del Templo y el Sol dio en su rostro, haciendo que sus ojos se entrecerraran por no estar acostumbrado a la luz de aquella imponente estrella. Pronto parpadeó un poco y bostezó, mientras se cubría con su mano como le había enseñado su maestro. Hizo tronar sus nudillos al igual que su cuello y se cruzó de brazos. Nadie llegaba a esa montaña y nadie desafiaba a los ancestros Shojin. Eran de temer. De hecho, allí estaba la Caja de Pandora Dorada en el mismo sitio que la había puesto hace dos semanas donde se decidió a meditar con su maestro en aquel templo.
Caminó hacia ella, se rascó la cabeza con su mano derecha la cual acto seguido aferró con fuerza a aquellos tirantes para levantar la pesada caja y colocarla en sus hombros, se la acomodó bien para que no cayera y miró una vez hacia atrás, hacia su Templo. La distracción de su estomago rugir le volvió a la realidad y observó su vientre, hacía mucho tiempo que no comía, pero debía al menos haber algo en aquel templo. Entró a la habitación donde hacían comida y de ahí sacó un par de frutas, que le servirían para reponer fuerzas en el viaje, después de todo iba a ir a pie, confiando en su velocidad de Dorado, pues estos se movían a la velocidad de la luz, en menos de un día estaría en el Santuario, acudiendo al llamado de Athena y esperaba no llegar tarde. – Como sea…
Dijo dándole un mordisco a aquella fruta que le pareció deliciosa y que se cultivaba en los jardines del fondo de Templo. Ajustó las vendas de sus manos y las sostuvo con sus dientes haciendo presión, hizo lo mismo con ambos brazos y observó sus sandalias, estaba todo en orden para partir, fue en ese momento que alzó su vista y comenzó a crearse un zumbido en el aire, al igual que una estela dorada que viajaba por todo China, partiendo para el lado del Santuario, esperando llegar a tiempo.
Gareth- Caballero dorado
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